Hace 110 años Robin Hood apareció por primera vez en el cine. Era una película muda dirigida por un Percy Stow titulada: «Robin Hood y sus Hombres Felices». Antes de eso, lo encontramos en la literatura: las baladas más antiguas sobre él vienen del siglo 15. Aún antes que eso estaban el folklore, las leyendas, los chismes incluso, sobre este forajido, que existió supuestamente a finales del siglo 13.
Con tantas versiones, es normal que la historia se haya contado de muchas maneras. Desde la muy seria e «histórica» «Robin Hood» de Ridley Scott (2010. con Russell Crowe y Kate Blanchett), hasta la fábrica de risas de «Hombres con Mallas» de Mel Brooks en 1993 (créanme, a veces se necesitan pañales para verla), pasando por la versión animada de Walt Disney en la que Robin es un zorro (1973), «Príncipe de Ladrones» con Kevin Costner (1991) y la clásica de clásicas de 1938 en la que Errol Flynn actúa en la que muchos consideran la mejor película del personaje.
El Robin Hood del 2018.
Aclaremos de una vez el tono de la película, para que sepan muy bien con qué se van a encontrar en el cine. Es algo parecido a lo que se hizo con la «Hansel & Grettel: Cazadores de brujas» (2013 con Jeremy Renner y Gemma Arterton) o en «A Knight’s Tale» (Corazón de Caballero, Heath Ledger, 2011): la acción pasa en algún punto de la edad media, pero las armas, ropa, música, actitudes, peinados y un buen poco de etcéteras son tan modernos que uno bien se los puede encontrar en media calle y no los vería tan raros. Es frecuente entre las tomas de la multitud, sentir que éstas no se diferencian en mucho de alguna escena en los callejones de las grandes ciudades de hoy, por ejemplo.
Todo comienza en las cruzadas. Los uniformes de los soldados son color arena y las flechas disparadas a una velocidad de varias por segundo (por el mismo arquero, por supuesto) rompen paredes y hacen estallar ladrillos como si fueran balas. Si uno reemplaza los arcos por rifles de asalto, la escena no podría distinguirse de cualquier otra película de guerra en Irak, Afganistán o donde sea que haya desierto y batalla Desert Storm Style.
A partir de ahí, es fácil olvidarse de que todo sucedió hace unos 800 años y sentir que estamos ante otra película de súper héroes: adrenalina, peleas en cámara rápida y explosiones en cámara lenta. Hasta el traje de Robin va más de acuerdo con el de un vigilante estilo el «Arrow» que uno encuentra en Netflix o en Warner.
Un poco de aquí y un poco de allá.
Si sienten que hago demasiadas comparaciones, es por algo que llama la atención de la película: de abrir bien los ojos, pueden notarse referencias (intencionales o no) a muchas otras cintas: desde escenografías y relaciones entre «los malos» que nos recuerdan a ciertas escenas de Star Wars hasta frases que suenan «muy Batman«, pasando por detalles de estilo que parecen inspiradas por el «Rey Arturo» de Guy Ritchie. ¿Es esto bueno o malo? Depende, siempre, del que está sentado en la butaca; ni de los críticos, ni de nadie, sólo del espectador.
A Jamie Foxx le dan espacio para convencer en sus escenas dramáticas, en las demás se contenta con ser el clásico mentor del héroe naciente. Taron Egerton es un actor con mucho potencial, carisma y ritmo, en esta ocasión el papel le exige la profundidad de ser el niño bonito y eso es precisamente lo que entrega, mientras que Ben Mendhelson es un villano profundo y certero, al que a veces parecen pedirle que le suba el nivel a la maldad en pantalla, para ponerle más combustible a la sensación de peligro en la historia.
Robin Hood seguirá produciendo versiones mientras la leyenda siga viva. Ésta, es el retrato de nuestros tiempos.
Yo quiero ir a verla
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